Yo no estuve un par de años, yo estuve diecisiete años trabajando, casi toda mi carrera profesional.
Como todos los que llegamos en aquella época, entramos como cooperativistas, arriesgando mucho. Yo lo vi como un trabajo para ese momento que vivía con gran ilusión ya que estaba trabajando en algo que no tenía nada que ver con lo que estudié , y como un trabajo para mi futuro al hacerme socia de la cooperativa. Fui muy feliz con mi trabajo.
Siempre estabas en un proceso de crecimiento, de evolución, de investigación. Se hicieron muchas cosas que descubrimos que no daban los resultados esperados y buscábamos mejorarlas. Por eso siempre lo vi como un trabajo de innovación.
Al pasar de los años las cosas fueron cambiando, compañeros se iban del que consideraban el trabajo de su vida, por el que habían luchado y esforzado. Ocurrían situaciones desagradables con la gente que se iba, pero como todos vivíamos en un letargo, con nuestras neuronas conectadas unilateralmente hacia el centro de acción, creíamos en la versión que nos daban de los hechos desde dentro y, cómo no, a veces no mirábamos más allá de los límites que nos imponían implícitamente.
No sólo se iban colegas, también niños porque simplemente “los padres no terminaban de adaptarse a nuestra metodología”, eso de cara a la galería.
En los claustros ya se determinaba quién se iba, y esto se justificaba con que eran niños problemáticos porque daban trabajo, o los padres no están plenamente involucrados, o son padres que “molestan” porque hay cosas que no aceptan (yo tampoco las aceptaría estando en su lugar), padres que preguntan más de la cuenta, niños que les cuesta más que a otros...
Luego, ya sabíamos que hacer.
Pero un buen día, yo que era una persona que creía plenamente en ese proyecto y que ahora reconozco que algunas cosas no hice bien por estar abducida mentalmente, yo que era una personal totalmente fiel me vi del lado de los “apestados”.
Comenzó un pulso de resistencia hacia mi persona: me hacían trabajar más horas de las que me correspondía, empezaba a tener problemas para tomar mi tiempo de almuerzo porque siempre tenía que hacer alguna cosa, absorvían todo mi tiempo de una forma u otra. Y yo aguantando, acoplándome y en ocasiones no entendiendo nada.
Luego vino la vigilancia directa e indirecta, encontrarme en los armarios al jefe que me espiaba en mi trabajo ya no me sorprendió. Después de tantos años de entrega, resulta que yo no entendía el proyecto, desconocía la metodología de trabajo, de la noche a la mañana me convertí en un estorbo y un ser inútil. El paso siguiente fue sacarme de mi puesto para realizar otras labores, dejarme toda la jornada sentada con la prohibición de intervenir y sólo observando cómo lo hacía otra persona para yo aprender. Tenían hacia mi una observación plena y controlaban cualquier cosa que hacia, hasta si iba al baño. Pueden llamarlo como quieran, pero esto para mi, era un acoso en toda regla.
Llegaron las vacaciones de verano y fue lo mejor que pudo pasar para desconectar y tomar fuerzas, pero jamás imaginé lo que se me venía encima.
Al regresar de las vacaciones me encuentro con un expediente disciplinario. Ya era lo último que podían hacer para quitarme del medio, estaban fusilando a todos los antiguos cooperativistas trayendo nuevas personas, jóvenes, novatas y fáciles de llevar, amoldar y, por supuesto, con menos poder para tomar decisiones y con menos responsabilidad económica.
De todo lo que se me acusaba en ese expediente, era mentira. Toda una trama para descalificarme como profesional y poder mandarme a la calle sin pagarme lo que me correspondía. Corriendo busqué a un abogado, porque me estaba quedando sin trabajo en una etapa difícil de mi vida y de una manera muy injusta.
Como tenía mi conciencia muy tranquila, se lo conté a los padres. Les conté lo que me estaban haciendo, lo que decían de mi y ellos jamás dudaron de mi honor y de mi responsabilidad como profesional, porque me conocían, algunos de muchos años. Pero yo tenía que hacerlo público para que no inventaran alguna otra versión que me perjudicara, como suelen hacer. Ahora me estaba pasando a mí lo que les pasó en su momento a muchos colegas.
Para resumir y no aburrirles, porque llenaría el blog con todas las cosas que se y que me hicieron, yo fui a por todas. Me dolió ver que habían firmado algunos compañeros que consideraba también amigos, pero fui enterándome por boca de ellos mismos que fueron coaccionados para firmar y otros ni tan siquiera habían firmado ellos. Pero eso no me lo tenían que decir a mi, sino al Juez.
La bola de nieve se fue haciendo tan grande, que aquello no había por donde cogerlo. Al final ellos mismo, aconsejados por su gabinete de abogados, retiraron todas las acusaciones hacia mi y me ofrecieron un acuerdo económico.
Lo pensé, lo consulté y lo acepté. Se que hay gente que me criticó por eso, porque con mi caso la pelota había rebotado en su tejado y saldrían muy mal parados. Pero fueron 3 años de sufrimiento, de acoso, de medicarme para la depresión que me hicieron padecer, que ya no tenía fuerzas. Y ya sabemos que las cosas de Palacio van despacio. Sólo quería perderlos de vista y hacer mi vida.
Preparé opisicones y ahora mismo tengo mi plaza en un colegio donde aprendí lo que era el respeto hacia los niños y hacia las personas con las que trabajo y lo que es un verdadero trabajo en equipo. Creo que después de tanto sufrimiento, ese expediente disciplinario fue lo mejor que me pudo pasar.
Escribo esto porque no me gusta cuando leo u oigo cosas que descalifican a las personas que hemos trabajado ahí, no todos somos iguales. Afortunadamente.
Como todos los que llegamos en aquella época, entramos como cooperativistas, arriesgando mucho. Yo lo vi como un trabajo para ese momento que vivía con gran ilusión ya que estaba trabajando en algo que no tenía nada que ver con lo que estudié , y como un trabajo para mi futuro al hacerme socia de la cooperativa. Fui muy feliz con mi trabajo.
Siempre estabas en un proceso de crecimiento, de evolución, de investigación. Se hicieron muchas cosas que descubrimos que no daban los resultados esperados y buscábamos mejorarlas. Por eso siempre lo vi como un trabajo de innovación.
Al pasar de los años las cosas fueron cambiando, compañeros se iban del que consideraban el trabajo de su vida, por el que habían luchado y esforzado. Ocurrían situaciones desagradables con la gente que se iba, pero como todos vivíamos en un letargo, con nuestras neuronas conectadas unilateralmente hacia el centro de acción, creíamos en la versión que nos daban de los hechos desde dentro y, cómo no, a veces no mirábamos más allá de los límites que nos imponían implícitamente.
No sólo se iban colegas, también niños porque simplemente “los padres no terminaban de adaptarse a nuestra metodología”, eso de cara a la galería.
En los claustros ya se determinaba quién se iba, y esto se justificaba con que eran niños problemáticos porque daban trabajo, o los padres no están plenamente involucrados, o son padres que “molestan” porque hay cosas que no aceptan (yo tampoco las aceptaría estando en su lugar), padres que preguntan más de la cuenta, niños que les cuesta más que a otros...
Luego, ya sabíamos que hacer.
Pero un buen día, yo que era una persona que creía plenamente en ese proyecto y que ahora reconozco que algunas cosas no hice bien por estar abducida mentalmente, yo que era una personal totalmente fiel me vi del lado de los “apestados”.
Comenzó un pulso de resistencia hacia mi persona: me hacían trabajar más horas de las que me correspondía, empezaba a tener problemas para tomar mi tiempo de almuerzo porque siempre tenía que hacer alguna cosa, absorvían todo mi tiempo de una forma u otra. Y yo aguantando, acoplándome y en ocasiones no entendiendo nada.
Luego vino la vigilancia directa e indirecta, encontrarme en los armarios al jefe que me espiaba en mi trabajo ya no me sorprendió. Después de tantos años de entrega, resulta que yo no entendía el proyecto, desconocía la metodología de trabajo, de la noche a la mañana me convertí en un estorbo y un ser inútil. El paso siguiente fue sacarme de mi puesto para realizar otras labores, dejarme toda la jornada sentada con la prohibición de intervenir y sólo observando cómo lo hacía otra persona para yo aprender. Tenían hacia mi una observación plena y controlaban cualquier cosa que hacia, hasta si iba al baño. Pueden llamarlo como quieran, pero esto para mi, era un acoso en toda regla.
Llegaron las vacaciones de verano y fue lo mejor que pudo pasar para desconectar y tomar fuerzas, pero jamás imaginé lo que se me venía encima.
Al regresar de las vacaciones me encuentro con un expediente disciplinario. Ya era lo último que podían hacer para quitarme del medio, estaban fusilando a todos los antiguos cooperativistas trayendo nuevas personas, jóvenes, novatas y fáciles de llevar, amoldar y, por supuesto, con menos poder para tomar decisiones y con menos responsabilidad económica.
De todo lo que se me acusaba en ese expediente, era mentira. Toda una trama para descalificarme como profesional y poder mandarme a la calle sin pagarme lo que me correspondía. Corriendo busqué a un abogado, porque me estaba quedando sin trabajo en una etapa difícil de mi vida y de una manera muy injusta.
Como tenía mi conciencia muy tranquila, se lo conté a los padres. Les conté lo que me estaban haciendo, lo que decían de mi y ellos jamás dudaron de mi honor y de mi responsabilidad como profesional, porque me conocían, algunos de muchos años. Pero yo tenía que hacerlo público para que no inventaran alguna otra versión que me perjudicara, como suelen hacer. Ahora me estaba pasando a mí lo que les pasó en su momento a muchos colegas.
Para resumir y no aburrirles, porque llenaría el blog con todas las cosas que se y que me hicieron, yo fui a por todas. Me dolió ver que habían firmado algunos compañeros que consideraba también amigos, pero fui enterándome por boca de ellos mismos que fueron coaccionados para firmar y otros ni tan siquiera habían firmado ellos. Pero eso no me lo tenían que decir a mi, sino al Juez.
La bola de nieve se fue haciendo tan grande, que aquello no había por donde cogerlo. Al final ellos mismo, aconsejados por su gabinete de abogados, retiraron todas las acusaciones hacia mi y me ofrecieron un acuerdo económico.
Lo pensé, lo consulté y lo acepté. Se que hay gente que me criticó por eso, porque con mi caso la pelota había rebotado en su tejado y saldrían muy mal parados. Pero fueron 3 años de sufrimiento, de acoso, de medicarme para la depresión que me hicieron padecer, que ya no tenía fuerzas. Y ya sabemos que las cosas de Palacio van despacio. Sólo quería perderlos de vista y hacer mi vida.
Preparé opisicones y ahora mismo tengo mi plaza en un colegio donde aprendí lo que era el respeto hacia los niños y hacia las personas con las que trabajo y lo que es un verdadero trabajo en equipo. Creo que después de tanto sufrimiento, ese expediente disciplinario fue lo mejor que me pudo pasar.
Escribo esto porque no me gusta cuando leo u oigo cosas que descalifican a las personas que hemos trabajado ahí, no todos somos iguales. Afortunadamente.